Seis siglos después
de su fundación, Roma decidió que el año empezaría el primer día de enero.
Hasta entonces, cada
año nacía el 15 de marzo.
No hubo más remedio
que cambiar la fecha, por razón de guerra.
España ardía.
La
rebelión, que desafiaba el poderío imperial y devoraba miles y más miles de
legionarios, obligó a Roma a cambiar la cuenta de sus días y los ciclos de sus
asuntos de estado.
Largos años duro el
alzamiento, hasta que por fin la ciudad de Numancia, la capital de los rebeldes
hispanos, fue sitiada, incendiada y arrasada.
En una colina rodeada
de campos de trigo, a orillas del rio Duero, yacen sus restos. Casi nada ha
quedado de esta ciudad que cambió, para siempre, el calendario universal.
Pero a la medianoche de
cada 31 de diciembre, cuando alzamos las copas, brindamos por ella, aunque no
lo sepamos, para que sigan naciendo los libres y los años. Ventanas de Eduardo Galeano
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