Un lobo flaco y hambriento encontró en un camino a
un perro que estaba gordo y bien cuidado. El enemigo tenia trazas de saber
defenderse, por lo que el astuto lobo prefirió emplear las armas de la
diplomacia.
-Dime – le dijo- ¿en qué consiste que, siendo yo más
fuerte y valiente que tú, no encuentro qué comer y casi me muero de hambre?
-Consiste – contestó el perro- en que sirvo a un amo
que me cuida mucho, me da pan sin pedírselo, me guarda huesos y mendrugos que
sobran de las comidas, y no tengo más obligaciones que custodiar la casa.
-Mucha felicidad es esta – contestó el lobo,
envidiándole su suerte.
-Pues mira, replicó el perro, si tú quieres puedes
disfrutar del mismo destino, viniendo a servir a mi amo y defendiendo la casa
de ladrones por la noche.
-Convengo en ello, dijo el lobo, porque más me
conviene vivir bajo techo y hartarme de comida sin tener nada que hacer, en vez
de andar por las selvas con lluvias y nieves. Pero oye – añadió mientras iban
andando - reparo en que llevas pelado el
cuello; ¿a qué se debe ello?
-No es nada – repuso el perro – es por el roce de la
cadena con que me ata el amo.
- ¡¿Te ata?! ¿De modo que no puedes comer libremente
ni ir a donde quieras?
-Naturalmente que no. ¿Pero eso qué importa?
-Importa muchísimo – replicó el lobo -. Yo, a ese
precio, no acepto los regalos de tu amo. ¡Adiós, amigo! Yo prefiero la libertad
a las cadenas. Prefiero pasar hambre a ser esclavo.
El hombre pobre libre es más feliz que el rico
esclavo, porque la libertad es tan estimable como la vida, y vale más que todas
las riquezas del mundo.