En lugar de pensar en
medos, en persas, en egipcios, pensemos en los indios. Más cuenta nos tiene
entender a un indio que a Ovidio.
Emprenda su escuela con indios, señor rector.1851, Lacatunga,
Ecuador: Simón Rodríguez ofrece sus consejos: que una cátedra de lengua quechua
sustituya a la de latín y que se enseñe física en lugar de teología. Que el
colegio levante una fábrica de loza y otra de vidrio.
Que se implanten
maestranzas de albañilería, carpintería y herrería.
Por las costas del
Pacifico y las montañas de los Andes, de pueblo en pueblo, peregrina don Simón.
Él nunca quiso ser árbol, sino viento. Lleva un cuarto de siglo levantando polvo
por los caminos de América.
Desde que Sucre lo echó de Chuquisaca, ha fundado
muchas escuelas y fábricas de velas y ha publicado un par de libros que nadie
leyó. Ropa no carga. No tiene más que la puesta.
Bolívar le decía mi
maestro, mi Sócrates. Le decía: Usted ha
moldeado mi corazón para lo grande y lo hermoso.
La gente aprieta los
dientes, por no reírse, cuando el loco Rodríguez lanza sus peroratas sobre el
trágico destino de estas tierras hispanoamericanas:
-
¡Estamos ciegos! ¡Ciegos!
Casi nadie lo
escucha, nadie le cree. Lo tienen por judío, porque va regando hijos por donde
pasa y no los bautiza con nombres de santos, sino que los llama Choclo,
Zapallo, Zanahoria y otras herejías. Ha cambiado tres veces de apellido y dice
que nació en Caracas, pero también dice que nació en Filadelfia y en Sanlúcar
de Barrameda.
Se rumorea que una de sus escuelas, la de Concepción, en Chile,
fue arrasada por un terremoto que Dios envió cuando supo que don Simón enseñaba
anatomía paseándose en cueros ante los alumnos.
Cada día está más
solo don Simón. El más audaz, el más querible de los pensadores de América,
cada día más solo.
A los ochenta años,
escribe:
-
Yo quise hacer de la tierra
un paraíso para todos. La hice un infierno para mí.
VENTANAS de Eduardo Galeano
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